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¿Cuánto cuesta la historia?
2006-03-24 00:59:56+01
En el mundo de los museos es habitual el préstamo temporal de sus piezas para formar parte de exposiciones organizadas por otras instituciones. La costumbre es a todas luces positiva, al permitirnos conocer en directo objetos habitualmente dispersos en lugares muy distantes, reuniéndolos en un conjunto que, si la exposición está bien diseñada, añade considerables valores a los propios de cada elemento por separado.
Los objetos que se prestan han de pasar, lógicamente, por una serie de controles de tipo técnico y administrativo, y al prestatario se le imponen condiciones muy estrictas, plasmadas incluso en protocolos internacionales. Todo ello es necesario para garantizar que la pieza que se mueve no sufra menoscabo de su integridad, y regrese al punto de partida en las mismas condiciones que tenía antes de su marcha.
No es dificil suponer cuáles son esos obligados requisitos. Ante todo, asegurarse del buen estado de la pieza, de forma que su mero movimiento no suponga riesgo de daño. No se prestan, por lo tanto, piezas con síntomas de deterioro, grietas, craquelado, etc. que hagan previsible su degradación. El embalaje y el transporte han de ser realizados por expertos con medios y continentes apropiados, dotados de protección antichoque y adecuada climatización; las mismas condiciones de temperatura, humedad e iluminación ha de reunir la sala de exposición, que debe garantizar la seguridad contra robo o violencia mediante los medios personales y técnicos necesarios. Todo ello es caro, pero exigible cuando se trata de piezas valiosas y con frecuencia únicas.
Pero hay una cláusula que, siendo de todo punto lógica y justificable, me sume en el desconcierto cada vez que me enfrento a esta situación. Es obligado, insisto en que con toda razón, que el prestatario suscriba una póliza de seguros que cubra el valor económico de la pìeza para el caso de que, a pesar de haber puesto todos los medios para evitarlo, se produzca el deterioro o, en el peor de los casos, la destrucción o desaparición del objeto prestado. Cada una de las piezas que se prestan ha de ser, entonces, valorada económicamente, en euros contantes y sonantes. Y ahí viene mi problema: ¿cuál es el valor económico de una pieza de museo?
Calcular la tasación mínima es sencillo en algunos casos. Puede estimarse cuál sería dicho mínimo para una joya de pedrería y metales preciosos, por ejemplo, teniendo en cuenta los precios de materia prima y elaboración en la orfebrería actual. Cierto que así no tenemos en cuenta la antigüedad, la escasez o el potencial ejemplificador de la pieza, valores para los que hay general acuerdo en que suponen un notable incremento de la tasación, pero al menos nos da un punto de partida sobre el que trabajar. Los objetos de arte, cuyo valor material es frecuentemente escaso (un trozo de tela y unas maderas talladas como marco, o un bloque de piedra a precio de cantera), permiten otras aproximaciones a la valoración global. Se puede echar mano, por ejemplo, a los precios pagados por obras similares en las últimas subastas, aunque eso signifique en realidad dar el protagonismo de la tasación al último multimillonario que se encaprichó de tal o cual cuadro, escultura o pergamino. Y siempre se puede acudir, en otros casos, a catálogos de numismática, o a anticuarios expertos y honrados, que los hay. ¿Y cuando no existe mercado, al menos legal?
Un bifaz, es decir, un hacha prehistórica tallada por ambas caras, por ejemplo. Un pequeño trozo de caldero con remaches del final de la Edad del Bronce. O un fragmento de cerámica hallada sobre el túmulo pequeño de Dombate. ¿Cómo valoramos estas cosas?
El valor económico del material es nulo en todos los casos. El valor artístico, casi siempre, también. Sin embargo, algunos de esos objetos son los que proporcionan las claves más sólidas, a veces las únicas, para construir nuestra historia más remota. El bifaz nos garantiza la presencia de grupos humanos de hace cientos de miles de años. El caldero nos habla, con seguridad, de la presencia de artesanos metalúrgicos con técnicas sofisticadas, y, con probabilidad, de la existencia de ritos y costumbres que apuntan a una fuerte diferenciación en grupos dentro de la sociedad de la época. El sedimento adherido al interior del fragmento de cerámica permite conocer su contenido (en este caso, un caldo de bellota y grelo o repollo cocido con grasa animal) y la fecha en que se cocinó (en torno a 3.700 años antes de Cristo). Cualquiera de ellos puede hacer avanzar nuestro conocimiento del pasado mucho más que un rico objeto de oro (considerando el mero hecho de ser de oro). Su valor no es material, sino que proviene de ser piezas fundamentales, si no únicas, en el proceso de construcción del conocimiento del pasado. Según lo que se dice y admite sin discusión, estas circunstancias deberían reflejarse en una alta tasación. ¿Es así?
Hace unos quince años me tocó poner en manos de los organizadores de una exposición,
Galicia no Tempo, dos objetos de piedra ciertamente peculiares: dos ídolos que formaban parte de una hilera de veinte a la entrada del dolmen de Dombate. Hallados
in situ, bien datados en torno al 3000 aC, son, con toda su sencillez, las más antiguas muestras de escultura de bulto redondo de Galicia, con toda probabilidad vinculadas al complejo religioso. Por supuesto, estos pequeños ídolos tuvieron, en su embalaje, transporte y exposición, el mismo trato, acorde con su enorme valor, que el resto de las piezas expuestas, entre las que había grandes obras de escultura y pintura. No otra cosa cabía esperar para las primeras esculturas y objetos sagrados gallegos.
La
Xunta de Galicia de entonces, propietaria de las piezas, las tasó en 10.000 pesetas uno y 15.000 el otro. Cinco mil
pesos por el lote.
¿Van entendiendo mi desconcierto? Si hablamos de millones para un cuadro contemporáneo, tasar en menos de cien euros la más antigua escultura sagrada de Galicia revela que en nuestra escala de valores y en nuestra coherencia hay algo, en el fondo, que no funciona.
Y volviendo a la pregunta inicial, yo no conozco el precio de un objeto, modesto en su materia, pero portador de simbolismo e información histórica fundamentales. No sé cuánto cuesta la historia. Pero sí tengo claro que, para algunos, nuestros orígenes no llegan a valer un
patacón.
2006-03-24 00:59 | 5 Comentarios
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Comentarios
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De: Vendell |
Fecha: 2006-03-24 09:57 |
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Caramba, pensé que se refería Vd al "precio político" de los cambios históricos ;-)
En cualquier caso, supongo que esas tasaciones se hacen de acuerdo con el valor de las piezas en el mercado. Un Manet se puede vender por una pasta en Sothebys, pero una estatuilla de esas.. (el primer símbolo religioso de Palencia, de Cartagena, del País Vasco, de Kansas ...)
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De: Rigel |
Fecha: 2006-03-24 19:24 |
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Reverenciado Sanantón:
No quiero entrar en la ironía de Micer Vendell en el comentario anterior, que eso lo hace él mejor que nadie; mas permítame decirle que su entrada está muy relacionada con el valor y el precio, conceptos ambos fácilmente confundibles... sobre todo para los políticos, personajes para los que los ídolos del dolmen de Dombate "valían" 25.000 "pelas" que diría un catalán. Creo que no hace falta extenderse en más consideraciones si uno es capaz de imaginar el estado de ánimo del arqueólogo que puso en manos de los organizadores de la exposición "Galicia no Tempo" si los ídolos hubieran quedado destruídos o seriamente deteriorados.
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De: edna herrera |
Fecha: 2006-04-29 22:02 |
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FELICIDADES POR SU ARTICULO.
ME PODRIA ACLARAR DE QUE PROVINCIA DE ESPAÑA SE ELABORA ESTA INTERESANTE PAGINA Y QUE SIGNIFICA QUOTIDIANUM. AHORA PREPARO UNA TESIS DEL MUSEO SOUMAYA DE CIUDAD DE MEXICO, POR LO QUE ME GUSTARIA SI ME AMPLIARA EL TITULO QUE PRESENTA LA PAGINA PRINCIPAL, PERO NO TIENE LIGA:porque los museos son de todos, y la arqueologìa tambièn
GRACIAS Y LE SALUDO
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De: rosmary |
Fecha: 2006-05-25 17:45 |
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por que no aparesen los valores de cada pieza.
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De: rosmary |
Fecha: 2006-05-25 17:48 |
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que aparescan
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